jueves, 22 de marzo de 2012

El Taxista

Me subí en aquel taxi con las lágrimas brotando de mis ojos sin poder hacer nada por contenerlas. Sin poder retener la tristeza un instante que me permitiera decirle al taxista que ni siquiera sabía cual era mi destino. No dijo nada, no puso el taxímetro en marcha, simplemente metió primera y salió despacio, por la Gran Vía madrileña, como si nada más importara que pasear en aquel taxi con aquel hombre. Mis ojos vidriosos no podían distinguir los rasgos que se me antojaban tan varoniles en aquel rostro desconocido. Me sumí en una profunda calma en aquel asiento trasero que parecía transportarme a un sosiego inesperado. No sabía a dónde iba pero daba igual.
Me imaginé que aquel hombre no era un desconocido, si no Javier. Volví a mi mundo de fantasía que tantas veces me acompaña cuando estoy perdida, soñando que no era más que Javier… Y cuando estaba ensimismada en mis ensoñaciones, paró el coche y dijo: “Ya hemos llegado señorita”.
Desde entonces, cada día, espero sin lágrimas en los ojos a que aquel taxista de rasgos varoniles, me rescate y me permita esta vez, preguntarle su nombre.

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