Cenaban en la
exquisita mesa del salón de invitados. La lámpara de araña del siglo XIII
brillaba envolviendo la escena de una luz nunca vista antes en la oscura e
inquieta mansión de los Foster. El mayordomo observó atento como Lord Henry
levantaba su mano izquierda indicándole que se acercara a servirle más consomé.
La invitada de honor y su marido, los
Duques de Wellington, agradecían aquel caldo caliente que les reconfortaba los
gélidos huesos como consecuencia del temporal y las lluvias. A pesar de todos
los chismorreos que se escuchaban sobre los Foster, ellos se sentían bastante a
gusto aquella noche cenando en su salón. Margarita Wellington se sentía
satisfecha de haber aceptado la invitación de los duques.
Cuando el
mayordomo se disponía a servir el último cucharón de consomé a Lord Henry la maravillosa
lámpara de araña se descolgó del alto techo cayéndose encima del mayordomo, que
se desplomó en el suelo desencadenando una gran mancha roja en la exquisita
moqueta.
Los duques de
Wellington aterrados miraban la escena con los ojos fuera de las órbitas,
mientras Lord Henry y su esposa, sin inmutarse, seguían saboreando impasibles
la deliciosa sopa caliente.